domingo, 5 de octubre de 2008

Deseo.

Entre al bar buscando un poco de alcohol, que desinfecte mi herida, que la vuelva cicatriz. En mi caminar cabizbajo choqué mi hombro con el de una muchacha. Levanté mi mirada, y le ofrecí mis disculpas. Ella, tímida y con cara de desorientada, las aceptó. Seguí camino, cabizbajo. Mis ojos viajaron rápidamente buscando un lugar, un descanso. No lo encontré. Caminé hacia el fondo del bar y me senté en la barra, en el último asiento, solitario. Luego de unos minutos el cantinero se apiado de mi, con su vozarrón preguntó qué deseaba. No lo iba a comprender. Si verdaderamente le decía qué deseaba, no lo iba a comprender. Y me pedí un ron con limón…

Me quedé ahí. Sentado al pie de la barra. Una noche, mientras me tomaba mi ron con limón. No podía apartar la mirada del mostrador. A los quince minutos, me pedí mi segundo vaso. Una muchacha se sentó en la silla de mi costado derecho, el que tenía más paralizado. Noté que era mujer por que mi mirada dio con sus piernas desnudas, debajo de una corta falda. A ella la atendieron mucho más rápido que a mi, entonces la mire. Pensé que la conocía, pero no. Y se ve que la miré arrugando mi entrecejo por que ella me encaró. ´¿Javier?´ me preguntó. Con silencio le respondí. ´¿Javier?, ¿vos no sos Javier?´ insistió confianzuda. Y me causó un efecto raro.

Nos conocíamos desde niños, de la época de la plastilina y los lápices de colores. Habíamos forjado a base de cariño una bonita amistad. A medida que habían pasado los años, nos fuimos distanciando.
Recordamos que en tercer grado habíamos sido noviecitos. Pero la deje por que creía que podía conquistar a la de ojitos claros de sexto. Y ella, sin ponerse colorada, al día siguiente andaba noviando con Lautaro, mi enemigo intimo.

Laura (así se llama ella) era un auténtico imán para los depredadores, dado su enorme atractivo, y éstos sólo ansiaban el sabor de su carne. Estábamos próximos al baño de hombres, desfilaban muchos hacia aquel sector, posando la mirada en mi, alocada, compañera.
Ya con mi tercer vaso por la mitad me atoró preguntándome por qué estaba con los ojos tan tristes. Fue allí que la tome de psicóloga, y le conté. La mujer de mi vida me había dejado. Hacía un tiempo ya, pero ese día era su cumpleaños y hurgaba en lo más profundo de mi corazón no poder abrazarla. Yo había tomado la decisión de respetarla y de respetarme. Hubo unos segundos que le habló mi corazón: ´La amo tanto en silencio. Necesito abrazarla, aunque me toque una y otra vez el trago más amargo de la botella de los sentimientos… ´

Ella, Laura, me miraba como enamorada. Y después de la pausa me dijo sabiamente que el amor es la cura y la enfermedad, que no existe antídoto ni vacuna ni nada más que uno mismo para tratarla. Siguió su relato asegurándome que en mi voz resquebrajada, mis silencios cuando cerraba los ojos al pensarla, las palabras con la que la definía, los vidrios que resplandecían en mis ojos, el dolor de cada sorbo; se notaba que el amor estaba probándome, me estaba poniendo en práctica para hacerme fuerte y poder crecer y amarla sin más.


Su positivismo me hizo levantar la cabeza, reflexionar. Mi herida no era cicatriz, pero estaba empezando a desinfectarse. El alcohol jugaba un papel muy importante en mi. Le dije al cantinero que se cobre lo mío y lo de Laura. Me lo agradeció, negándose antes, obvio. Le dije que el agradecido era yo, que sus palabras y su compañía en una noche en la cual sentía que no necesitaba más que embriagarme habían sido muy buenas para mi. Le di un beso en su mejilla y le deje mi número de teléfono. Me despidió diciéndome otra frase de mujer curtida ´va a ser lo que tenga que ser, vos respetate y crece´. Le sonreí y me fui, con la frente en alto.

Al recostarme en mis frías sabanas, volví a recordar a mi amor. Ella era la luz para mis incontables noches de oscuridad. Sabia que era el amor de mi vida, pero fue en ese mismo segundo que sentí que no estaba herido de muerte. Que estaba haciendo las cosas bien. Que, posiblemente, un freno entre tanto acelere podía ser beneficioso para ambos. Lógicamente que la transición al post beso final (?) era infiernosa. Que las heridas no eran sólo en mi cuerpo. Comprendí que, luego, los dos saldríamos mas reconfortados, mucho más fuertes. Entendí a que se refería mi compañera de la primaria cuando me había dicho lo de hacerse fuerte y crecer.

Esa noche me dormí mas tranquilo. El sonido de mi celular me despertó del letargo y como pude encendí la luz de la mesita. Era ella, el amor de mi vida, y rápidamente descolgué el teléfono, sin saber la hora en la que me encontraba. Al otro lado todo eran lágrimas y balbuceos ininteligibles. Reaccioné calmándola. Me senté en la cama y automáticamente me estaba vistiendo para ir a buscarla. A donde fuese. Ya mas tranquila pudo decirme para lo que me llamo, ´te extraño, te extraño mucho´ me lo repitió tres veces y en la ultima volvió a estallar en lagrimas. Como pude, desate el nudo de mi garganta. Le pregunte si estaba en su casa. Me respondió que estaba en la puerta de la mía. Baje, a medio vestir salí a la calle. Y la encontré.

Al vernos nos abrazamos. Sentí un alivio intraducible. Lo primero que hice fue calmarla, y retribuirle su confesión: ´no sabes todo lo que te extrañaba, yo también´. La invité a pasar a casa. Entramos y trate de cerrar sus heridas a base de cuidados. Ya más tranquilos, le dije feliz cumpleaños.

Hablamos de la intensidad de nuestros sentimientos, de nuestros sueños inalcanzables sin el otro, de las miles de palabras de amor que se habían quedado atragantadas… y nos besamos profunda y sentidamente. Nos propusimos darnos otra oportunidad, que lo nuestro no podía terminar así, era muy fuerte lo vivido, y mucho más aún lo sentido como para hacer un bollo dos corazones y tirarlos a la basura.

Comprendí que no debía dejar de respetarla y de respetarme. Que aún ella llorando y en el día que debía festejar, vino a buscarme, para gritale al mundo sus sentimientos, y eso me denotaba que estaba más fuerte, que había crecido. Y yo también lo notaba en mi, y se lo hice entender a ella a mi manera. La manera que más le gusta a ella. Mostrándome seguro, guiado por mi sentir, confiando en ella y amándola más que a nada en el mundo.
Definitivamente, su amor es mi enfermedad. Y su amor, me cura.
Es lo que deseaba. Volver a abrazarla.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cantinero? si, deseo que el mundo se convierta en una gran pastilla de mdma y poder, a medida que vamos caminando para el bosque encantado, comer de la tierra y sentir distindo...
a no?... bueno... ehhh... un fernet... fuerte.

¡¡negre!! para mi, que el amor de la vida no existe, hay muchos amores y vivimos muchas vidas en la misma vida... SALUD!!
y como dicen por ahi:
"lo que necesitas es un buen bofeton"... en la cacha derecha por una señora con mucho cuero (sintetico)...

SALUD!

Anónimo dijo...

Hermoso y cada vez mas hermoso javi!!!!

te quiero besotes!

BORT dijo...

como diría un gran sabio, el Sr. Anonimato...

"y no esa sobredosis de amor, como puño en el ano..."

Aún así, me gustó. Enamoradizo incorregiblón! Te extraño...

Ah, y vas a ver que seguro te la di en esta fecha del grandeté!