Apoyaste tu maleta en la arena. Segundos siguientes, te soltaste el pelo, y te lo volviste a atar con mas fortaleza. Te agachaste sin doblar las rodillas y agarraste la manta. El sol fue testigo de cómo la estiraste, y de nuestro primer cruce de miradas.
La playa desierta. Enorme, y desierta. Tu bikini era azul fuerte. Tu belleza, rojo furioso. Mi interior, un festival de cañitas voladoras. Te acercaste al agua, sutil, casi en puntas de pie. Y noté cómo la sal te dibujaba las pantorrillas. Miraste el cielo, copie tu acto.
Celeste profundo. Reflejo de un mar turquesa. Volviste a tu posición, muy cercana a la mía y te colocaste los auriculares. Yo seguí con la mía, libro y mate; y alguna que otra miradita de cote. Pasaron diez minutos y seguía leyendo la misma hoja, el agua se enfrió en mi termo y mis ojos rebalzaban belleza.
En un momento, ya no se bien cuánto tiempo pasó, me clavaste la mirada, con fiereza. Retribuí con un cabezazo chiquito hacia abajo, como presentándome, una sonrisa picarona y un gesto de si querías un mate. Te resiste y me sacaste la mirada de encima. Y yo, yo sonreí para mi.
Vino un perro. De esos sueltos que abundan en la tarde de esa playa. Y me puse a jugar con él. Cuando nos cansamos nos sentamos tranquilos, yo y el perro, a ver el atardecer. De repente sentí tu mirada. Y te miré. Y floté. Y flotaste. Flotamos.
Dos minutos mas tarde agarraste tus cosas como apurada, no sacudiste tu manta, no la doblaste, casi te olvidas una ojota. Y te fuiste así, en bikini. Con el bolso en una mano, la manta arrugada, en la otra. Lo mire al sabueso y le dije, mas que una costilla le abrán sacado el esternón a Adán para haber creado semejante obra. Me respondió moviéndome la cola, y se ganó un gran cariño.
Volví a la casa, donde estaban los chicos. Dormí una reparadora, los pibes estaban arruinados de la noche anterior. Yo también, pero me había desvelado esa mañana y me mande solo a la playa. Me levante, me bañe y cenamos. Iniciamos, después, la previa. Hasta que ya copetes, encaramos para la fiesta.
Ya con cuatro caipirinhas, dos fernet, y 7 latas de cerveza estaba chino y bastante alegre. De repente, te divisé. Estabas hablando con un pibe, y mirándome a mi. Te mire como diciéndo, qué haces. Me respondiste mordiéndote el labio inferior. Me di vuelta y le pedí dos caipirinhas más al barman. Con mis dos vasos te miré, te ofrecí a que me sigas, y te deshiciste en silencio del otro muchacho.
Seguiste mis pasos, desde atrás. Llegue donde, en la playa, me habías hipnotizado y me senté. Vos hiciste lo mismo, al lado mío. Sin mediar palabra te di tu vaso. Tomaste varios sorbos. Te copie. Dije mi nombre. Dijiste el tuyo. Mire el cielo, me seguiste. Al unísono bajamos las cabezas, vi la profundidad de tus ojos y nos besamos. Nos besamos suavemente, con ganas. Separamos nuestros labios. Suspiraste mi nombre. Suspire esternón.