lunes, 9 de junio de 2008

Mucho más que un sueño (Parte 1, e inicial)

En ese momento me desperté. Jadeando, me senté en la cama, excitado, preguntándome dónde estaba, y mi primera sensación fue la decepción. No podía creer que ella, esa mujer, se haya disuelto así, en el aire, en la fantasía, en lo virtual, en lo imaginario, o en como mierda se llame en el idioma de los sueños. Como ven, mi segunda sensación fue la calentura.
Todavía olía su perfume, pero no veía la silueta de aquella mujer del sueño que me había quitado el sueño. Ahora, sentado en la cama, veo cómo líneas de luz paralelas penetran la persiana entreabierta. La tercera sensación fue de furia, no era la primera vez que me pasaba eso. La mujer, siempre la misma, se me aparecía en los sueños, la situación siempre era confusa, pero el clima en el que ocurría era sensacional, ella siempre sensacional. Las miradas, la búsqueda y el posterior encuentro de nuestros labios y su apetecible dulzura hacían del sueño el paraíso, y de la mujer, la mujer de mi vida. Pero la furia se apodero de mi cuando volví a cerrar los ojos y recordar la fragancia de ella, el aroma de su pelo y... el despertar repentino, la furia.
- Doctor... me pasó devuelta (dije entre anhelante y confundido)
- Venga para acá, Javier (fue la respuesta del otro lado del teléfono)
Salí, no saque el auto, tenía prisa y aunque era temprano y había poca gente en la calle, poco después seria hora pico para el viaje de ida al trabajo de todos. Me decidí por el subte, línea B para bajar en Medrano. Caminé cabizbajo pensando en las trampas de mi psiquis. Llegué a la parada del subte y me subí al tren vacío en Los Incas, de inmediato se llenó. Yo ya sentado recosté mi nuca contra el respaldo y cerré los ojos por un instante. Todavía no podía creerlo.
Volví a abrir los ojos cuando el tren se detuvo violentamente, delante mío una viejita aferrada al pasamanos y cargada de paquetes...
- Siéntese señora (dije, al mismo tiempo hacia malabarismo para pararme sujetándome de esos aros que cuelgan del tirante de arriba)
En la siguiente estación bajó y subió un montón de personas, en este último grupo vi una cara femenina conocida, era ella, la del sueño, pero algo no me convencía. Creí estar loco, esta mujer era maravillosa, de ojos enormes, piel morena, labios carnosos y pelo oscuro, como la de los sueños. No sólo era física mi atracción, sentía eso que se siente cuando se ama profundamente y se desea (y ama, también) lo externo. La mujer se situó adelante mío, entre la fila de asientos ocupados y yo. Antes de ubicarse allí me miró a los ojos. Ahora su nuca estaba a 10 centímetros de mi nariz, me puse incomodo.
Subía y bajaba gente y todos nos movíamos al mismo ritmo, intentaba que mi pelvis no la rozara, intuía un vergonzoso escándalo. En uno de esos movimientos, no se muy bien cuándo, una frescura del perfume de ella se metió en mis fosas nasales, intenso, invitante a quebrar mi resistencia. Recordé lo que había leído sobre autocontrol.
En una nueva parada ella se inclinó para ver el cartel indicador y apoyo sus nalgas rotundamente sobre mi miembro. Abrí los ojos como si me hubiesen tirado un balde de agua congelada. Claramente su gesto no fue casual, era simple y llanamente un acto de provocación. Lentamente se irguió. Seguramente ella notaba mi desequilibrio, me miraba por el fugaz reflejo que dan las ventanas del subte. La parada siguiente volvió a agacharse, volvió a apoyarme ella sobre mi entrepierna. Se irguió nuevamente pero lo necesario para no sacar su culo de aquel sitio. Lo dejó allí, saliente, curvado, tirando para atrás también la nuca que llenaba mi nariz del olor de su morocha cabellera.
Juro que en ese segundo, ahí nomás, entre los vientos envolventes de estación en estación, la oí gemir. Gemido profundo, intenso placer, animal. Era el momento de jugarme, eché mi pelvis hacia delante suavemente, las manos de ella se crispaban en el más demostrativo de los gestos. Y fue allí cuando me desperté. Todo había sido nada más que un sueño.
Transpirado y enardecido me encontré en el asiento del subte. Todo era mentira otra vez, el culo feroz, el olor a nardos, todo mentira. Todo otra fantasía cruel de mi inconsciente. Putié, casi en voz alta y me bajé del subte sin saber donde lo hacía, subí la escalera mecánica a los saltos, esquivando escalones, como apurado. Ya en la calle, afortunadamente, me di cuenta que estaba a 4 cuadras de lo de mi analista y las caminé, intentando calmarme.

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