jueves, 19 de junio de 2008

Eclipse

Me fui a cenar con los chicos, con mis amigos. Éramos 6 y nos sentamos en una parrillita por Boedo, casi Constitución. Como siempre, nos cagamos de risa, comimos mucha carne, muchísima. Salvo la gente, sumamente entendida por el grupo (o por lo menos por mi), que come todo menos carne. Mal llamados, a mi entender, vegetarianos (¿por que no harinarianos, por ejemplo?). Pero buen, nos tomamos algunas copitas de vino, y contábamos historias y verdadades que las hacíamos parecer absolutas. Siempre la pasamos muy bien cuando hacemos éstas reuniones, es la onda que más nos gusta, es nuestra manera de tocar un blues, un jazz, un buen rock and roll, un heavy, un tango, de ser necesario, y hasta alguna clásica… es nuestra manera de equivalernos.

Seba me alcanzó, como siempre, hasta casa. Era jueves, y al otro día teníamos que trabajar. Me baje de su auto y lo salude con un fuerte abrazo. Camine unos metros y noté que estaba extremadamente lleno, y algo escabio. Pero no tenia sueño. Me frené antes de abrir la puerta que me depositaba en el pasillo de mi casa y mire al cielo. Pasaban pocos autos, algunos lentos. El clima era ideal, remerita y jean algo gastado. Miré el cielo y me reí, y entré rápido a casa. Fui hasta la cocina, agarré el vaso más grande que encontré. Hielo. Mucho Fernet y coca. Lo dejé en la mesada y fui casi corriendo a mi habitación. Agarré el cuaderno y dos lapiceras, como siempre. Baje, fui por mi vaso y salí, a la calle.

Me senté en el umbral de casa, tenía la visión perfecta. Me clave un buen sorbo de fernet y me reí sólo, como fumado. Estaba muy bueno, el fernet. Y volvi a levantar la vista, la luna empezaba a jugar a las escondidas con el sol. Era noche de eclipse. Era un excelente espectáculo gratuito, sentí cómo muchos admiraban lo mismo que yo, ya sabia que andaba entonado, parpadeaba algo lento. Destapé la lapicera y abrí el cuaderno y empecé…

… Te siento, estás. Es muy rara la sensación que tengo ahora. Pero te siento. Puede que esté loco y nadie se haya avivado del todo, todavía. Pero yo te siento. Estás acá. Cuando digo acá me refiero a acá, al lado mío, con mi mano envolviendo tus hombros resguardándote del frío que te genera esa suave brisa; y también acá, y ahora me refiero a la parte central de mi pecho. Estás. Te necesito. Para respirar puro, para abrazarte. Necesito abrazarte. Necesito mirarte, agarrarte de la mano. Acariciarte la mejilla. Te necesito entera. Estás, vos estás acá al lado mío. Siempre que te necesito, apareces. ¿Debe ser que siempre te llevo conmigo? Seguramente. Conciente o inconscientemente, pero siempre. El sol ya va tapando la mitad de la luna, se ve la mitad blanca, eternamente luminosa, y la otra, la otra mitad, oscura, en la sombra. Es muy bonito lo que se ve. Es mucho más precioso lo que siento, lo que siento ahora y lo que siento siempre por vos. Y lo que voy a sentir hasta perecer. Es muy fuerte, muy grande, gigante. Una gota cristalina resbala por mi curvosa mejilla, quiere tomar protagonismo. Baja a pura velocidad, cae al vacío. Rebota en ésta hoja, quiere maquillarla. La gota, mi llanto, cayó sobre una palabra, sólo sobre una. Nublándola. Justo cayó sobre la palabra “estás”. Miro el cielo, la luz se apagó, la sombra cubrió toda la luna. Inclino el vaso y tomo el último sorbo de fernet, fuerte, pegador. Te extraño, nena. Te extraño mucho, muchísimo. Quiero que estés acá y decírtelo, decirte todo lo que siento, demostrártelo también. Quiero mirarte y mirarme en tus ojos. Sentir como las mariposas revolotean, contentas, en mi estomago. Y en el tuyo. Se que sentís lo mismo. O algo parecido. Muy parecido. Te necesito, mi amor. Y acá estás. Volves. La luna empieza a aparecer por el otro lado, dejando atrás la sombra. Siento que volves acá. Al lado mío, a la mitad de mi pecho. En realidad no es que volves. Por que vos sabes muy bien que nunca te fuiste. Que siempre estas acá. Siempre.

No hay comentarios: