miércoles, 21 de mayo de 2008

En el 124


Viajaba en el colectivo, en uno de esos asientos que vas dándole la espalda al conductor. Ya algo mareado y pensando en dormirme un ratito. El colectivo no tenìa gente parada, capaz uno o dos, no más. Todos los asientos estaban llenos. En una parada cualquiera, y antes de que me rinda en cerrar los ojos, subió una nena, con ropa precaria de unos 9 años, preciosa. Empezò dando un discurso como el vendedor de lapiceras. No vendía nada, entregaba estampitas, una a una, de esas que al reverso tienen el calendario. A la señora mayor que no se la aceptaba le repetía que era un obsequio, que no necesitaba entregarle ni 10 centavos por ella, que ella lo hacía para no robar, que sus padres le habian inculcado eso cuando vivían, que no tenga miedo, y rermataba con una sonrisa blanca y muy bonita.


Ami me toco una estampita que decía: "si la amas realmente, dejala ser libre!" adornado con corazones y osos... y naturalmente me salio una sonrisa, no tan linda como la de la nena a la señora, pero era una sonrisa. Yo andaba pateando piedras por ese entonces, con la cabeza enfocada en el piso, con los ojos llenos de lluvia. Andaba sin ganas de andar. Pensaba mucho y reaccionaba poco. Entonces tome fuerte la estampita, la mire detenidamente y el oso hombre estaba sonriente, como yo, como la nena a la señora. Fue allí que entendí. Fue ahí que comprendí verdaderamente cúanto te amaba, si es que existe alguna escala de medición de sentimientos. Y decidí dejarte ser, libre. A la nena le di un billete, no recuerdo si de 2 o de 5 pesos, y le regalé la estampita, le dije que la guardara ella y que no la vuelva a entregar, que cuando ande bajoneada la mire y recuerde que siempre siempre será libre, y siempre sus padres la van a amar. Siempre.

La nena me sonrio y me agradecio muchisimo, tambien elogié su sonrisa pero muy despacio para que no se sonrojara delante de todos. Mirè hacia adelante y muchos me estaban mirando, muchos sonrientes, la señora que habia despreciado la estampita de la nena la miro, observo la estampita y se la guardo en la billetera, sin dejar de darle una moneda a la nena.


Muchos meses despúes, precisamente hoy, volví a ver a la nena en el colectivo. Más grande, con la ropa menos desfachatada que en aquella oportunidad y con su sonrisa cautivando amores. La mire y me miro, y ambos sonreimos. Le pregunte si se acordaba de mi, me dijo que no. No se lo recorde. Sólo le dije que ella siempre es libre.

1 comentario:

Romy Freidson dijo...

Admiro cuando una persona se permite la sensibilidad que pueden generar los pequeños grandes momentos de la vida cotidiana: un colectivo, una lectura, una sonrisa, una mirada, un cuento, unos pàrrafos desde el alma de alguien que tiene algo para decir...que al leerlos sucede una emoción similar al mismo escritor. Ro, con ojitos lluviosos