martes, 27 de mayo de 2008

Aroma a jazmín...

Ella ha tenido un día agitado, ya desde el comienzo. Su despertador no había logrado despertarla a tiempo, tuvo que hacer todo muy velozmente, asearse y salir sin desayunar. Al llegar a la parada del colectivo se encontró con que no tenía monedas. Llegó al trabajo media hora tarde, perdió el presentismo y debía entregar tres informes ese mismo día.
Agotada y desprolija llama al ascensor para bajar los dos pisos que la depositaban en el hall y, posteriormente, salía a la calle. Había terminado una larga y tediosa extensión laboral. De mal humor y como puede sube al colectivo de vuelta a casa, obviamente lleno. Como a los 25 minutos logra sentarse y al segundo siguiente le suena el celular.

Él ha tenido un día normal, relativamente tranquilo. Salio muy temprano como de costumbre y le dio un beso a ella dormida, suave, como para no despertarla; se tomó tres mates y se fue a su oficina. Llegó y se encontró con su amigo de la infancia que había retornado de Francia y tomaron un café mientras se entrometían una a otra las anécdotas de cada uno, entre sorbo y sorbo.
Relajado y desabrochando el último botón de la camisa se auto indicaba el final del día. Estaba preocupado por algo que no sabía ni él bien qué era. Sale de la oficina, cierra la puerta y se va a casa. Camina y piensa; y el amor hace que sienta lo que a ella le pasa, el pesadez de su día. Sin que nadie le cuente nada él lo denotaba. Camina y piensa media cuadra más y saca su celular del bolsillo y envía un mensaje.

“Entra despacio, sin hacer mucho ruido. Por favor.”

Él sabía lo que hacía, ella, emalentonada por su día, repatió puteadas internas.

Ella llega, abre despacio, casi sin hacer ruido ni con las llaves. En la casa hay luz tenue, algunas velas y sonaba el mejor tema del mejor disco. Se olía con claridad el perfume de su flor favorita, el jazmín. Desconcertada, revolea la cabeza sin freno, y en una de sus vueltas lo descubre a él, desfachatado y con un vaso por la mitad, de fernet, sentado en el sillón. Ella se acerca a él, se agacha y lo besa, y casi frente con frente le pregunta: “¿Y ésto?”. Él, claro y sin titubeos, le responde “lo que necesitabas, relajarte”, ella queda atónita y él retruca “en la cocina, preparé eso que tanto te gusta que te cocine”. Ella cerró los ojo, se reincorporó y se mordió el labio inferior, sin darse cuenta dejó caer su cartera al piso, y abriendo los ojos y mirándolo fijamente “te amo” susurró, “y no te imaginas cuánto yo a vos” le respondió él.

Dejaron la comida para otro momento…

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