lunes, 3 de septiembre de 2007

Camino hacia el infinito.

Mi gusto por caminar es novedoso para mi, y me lo explico cuando muy a menudo últimamente me encuentro con mi cuerpo practicando esa acción y con mi cabeza divagando por galaxias extraordinarias (a veces, extra ordinarias).
Me gusta, es un vicio sano. Me gusta caminar por calles vacías, oscuras con solo la luz de la bellísima luna. Me gusta caminar con un clima cálido, pero no me disgusta hacerlo con lluvia. El estudio me prohibió degustarlo con nieve, calculo que bien abrigado me hubiese encantado.
Soy amante de la música y ponerme los auriculares para dejar que me cerebro, acompañado con el ritmo de mis piernas, la lime cómodamente en su diván gris encuentro la maximización de mis encantos.

El otro día, estaba en uno de esos momentos, pensé en el infinito. No entendía mucho cómo puede ser que el del servicio meteorológico a la mañana me había dicho que tenía una visibilidad de 10 kilómetros y yo pueda ver la espectacular luna llena que iluminaba mi andar cuando ella se encuentra a, nose, pero más de 10 kilómetros seguro. Después pasé por muchas conjeturas y no llegué a ninguna conclusión, digamos, coherente.

Pensé en el infinito, nunca se llega a ningún lado, no existe la nada por más de moda que este en el vocabulario moderno. Existe un más allá y un más acá. Y existe, también, un más alla de todo lo que vemos, conocemos o creemos poder llegar a conocer. Me hablan del fin del mundo, del big bang, de nuevas lunas, de planetas nuevos y otros que dejan de serlo cuando todos flotamos en un todo sin excepción de nada ni de nadie. Cómo se puede llegar a conocer todo de todo si no sabemos que encierra ese todo. La misma nada ocupa espacio. El espacio es tan inmenso e indescifrable…

Es muy complicado de expresar. Explicar lo, prácticamente, inexplicable.

No, nada, dejá….

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